(TIEMPO ARGENTINO) Hace 100 años el Imperio Otomano perpetró un genocidio sobre el pueblo armenio. El actual Estado turco lo niega pero el centenario implica un punto de inflexión.
Las primeras décadas se caracterizaron por el luto. Durante al menos 50 años los armenios sobrevivientes dispersos en todo el mundo lloraron, en reserva, sus muertos. A partir de 1965, llegó el momento de la lucha contra el silencio de Turquía y las potencias cómplice de su negacionismo, lo que se puede denominar como la lucha por el reconocimiento del genocidio contra el pueblo armenio.
El centenario marca un punto de inflexión, el cual conlleva una actitud reflexiva del camino recorrido y del que nos queda por recorrer. Este nuevo período nos plantea desafíos que van más allá de los reconocimientos internacionales Estatales y Supraestatales de la etapa anterior.
Hoy lo que se inicia es la lucha por la reparación de los daños que se cometieron contra el pueblo armenio, cuestión que la diplomacia turca intenta evitar a través de su aparato negacionista internacional. Esta reparación es fundamental ya que cuando hablamos de Memoria, Verdad y Justicia, entendemos a la justicia no sólo como una acción meramente declarativa de disculpas sino también como la reparación de daños cometidos por el crimen.
En este sentido, no se intenta decir que los reconocimientos carecen de sentido, sino que son parte del camino en la búsqueda de justicia. En dicho camino las reparaciones simbólicas –reconocimientos oficiales de los distintos Estados–, y las reparaciones materiales –devolución de las tierras usurpadas y bienes apropiados– son igualmente necesarias para una resolución sustantiva y definitiva del conflicto. De modo que carecería de sentido una restitución material sin un reconocimiento correspondiente, como afirmar que un reconocimiento o una aceptación de la propia culpa no es suficiente sin la restitución material.
Por todo lo dicho, sostengo que las generaciones de jóvenes comprometidos con la política como herramienta de transformación de la realidad, y que nos hemos incorporado en la lucha por los Derechos Humanos y en particular por el genocidio armenio, no debemos quedarnos quietos y conformes frente a las distintos reconocimientos que se dieron en las últimas décadas y en los últimos días como el del Papa Francisco o el de la República de Austria.
Sino que debemos encarar el camino de las reparaciones para la conclusión del conflicto, poniéndole fin a la impunidad, y teniendo siempre como anhelo la convivencia pacífica, sin discriminación y sin violencia entre los pueblos.
Ariel Quaglia, miembro del Consejo Nacional Armenio